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Al principio la sublevación de las legiones gálicas, al mando de Vindex, no pareció muy seria.

El César sólo se hallaba en el trigésimo primer año de su edad y nadie era suficientemente osado á la sazón para creer que el mundo pudiera verse tan pronto libre de aquella pesadilla que lo ahogaba.

Recordábase que mas de una vez habían ocurrido sublevaciones parecidas entre las legiones—durante los reinados anteriores—y habían pasado, no obstante, sin tener por consecuencia un cambio de Gobierno; pues durante el reinado de Tiberio, Druso había sofocado la sublevación de las legiones de Hungria.

—¿Quién,—decían las gentes,—podría asumir el gobierno después de Nerón, si han perecido todos los descendientes del divino Augusto?

Y otros, mirando al Coloso, figurábanse que Nerón era un Hércules y pensaban que ninguna fuerza sería capaz de quebrantar un poder como el suyo.

Y hasta contábanse algunos que desde su viaje á la Acaya lamentaban su ausencia, porque Helio y Politetes, á quienes había dejado el gobierno de Roma y de Italia, lo ejercían de manera mas cruelmente asesina que él.