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QUO VADIS

Nadie se hallaba seguro de su vida, ni de su propiedad.

La ley había dejado de protejer. La dignidad humana y la virtud habían perecido; los lazos de la familia no existían; y aquellos corazones, envilecidos ya, ni siquiera osaban dar acceso á la esperanza.

De Grecia venían á la continua las nuevas de los triunfos incomparables del César, de los millares de coronas que había conquistado, de los millares de competidores á quienes había vencido.

El mundo parecía haberse convertido en una orgía de histrionismo y de sangre; pero al mismo tiempo existía la opinión formada de que habían pasado á mejor vida la virtud y los actos de dignidad, para ceder su lugar á la era de la danza, la música, el desenfreno y la sangre, y que la existencia debería en lo futuro seguir por esa infausta corriente.

El mismo César, á quien la rebelión le abrió el camino para nuevos saqueos, no se había preocupado mucho de la sublevación de las legiones y de Vindex; por el contrario, hasta solía manifestar por ello su complacencia.

Ni siquiera deseaba regresar de Acaya; y solamente cuando Helio le comunicó que una mayor dilación en su viaje, bien pudiera traer consigo la caída de su gobierno, se decidió á moverse con rumbo á Nápoles.

Y aquí siguió representando, cantando y recibiendo con impasible indolencia los anuncios del inminente peligro.

En vano Tigelino le explicaba que las anteriores revueltas de las legiones, no habían contado con caudillos, en tanto que esta vez hallábase á la cabeza de la rebelión un hombre que descendía de los antiguos reyes de Galia y Aquitania, y era un soldado famoso y aguerrido.

—Aquí,—contestaba Nerón,—me escuchan los griegos, únicos hombres que saben escuchar, y también los únicos dignos de mis cantos.