Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo II (1900).pdf/467

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
457
QUO VADIS

Y entretanto la nube en occidente aumentaba y volvíase más densa de día en día.

La medida se había colmado ya; la insensata comedia tocaba á su término.

Cuando llegaron á sus oídos las noticias de que Galba y España se habían unido á la sublevación, tuvo un acceso de furor y de locura. Rompió vasos, volcó la mesa en una fiesta y tales órdenes impartió, que ni Helio ni el mismo Tigelino se atrevieron á ponerlas en ejecusión. Matar á los galos residentes en Roma, incendiar la ciudad por segunda vez, soltar las fieras y trasladar la capital á Alejandría, parecíale á la vez grande, sorprendente y fácil.

Pero los días de su dominio habían pasado ya, y hasta los que habían sido cómplices suyos en sus crímenes anteriores, empe ron á mirarle como á un loco.

No obstante, con la muerte de Vindex y el desacuerdo entre las legiones sublevadas, pareció que la balanza volvía á pesar del lado suyo.

Celebróse aquello en Roma con nuevas fiestas, nuevos triunfos y nuevas sentencias, hasta que una noche un mensajero llegó á galope al Palatino en un caballo espumajeante, con la noticia de que en la propia ciudad los soldados habían levantado el pendón de la revuelta y proclamado César á Galba.

Nerón estaba durmiendo cuando llegó el enviado.

Al despertar, llamó en vano á su guardia nocturna, que vigilaba la entrada á sus aposentos. Estaba el palacio desierto y los esclavos á la sazón saqueaban en sus más apartados rincones todo aquello que pudiera ser fácil de llevar en su fuga. Pero la vista de Nerón les aterrorizó. El, entretanto, vagaba solo por el palacio llenándolo con sus gritos de terror y desesperación.

Por último, sus libertos Faonte, Esporo y Epafrodito vinieron en su auxilio.

Le aconsejaron que huyera, asegurándole que no había tiempo que perder; más él seguía engañándose aún. Si se