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QUO VADIS

Y bendecía el momento en que obedeciera tal inspiración, pues hallábase ahora por fin á su lado y ella ya no le huiría como lo había hecho la última vez en casa de Miriam.

— Yo no huí de ti,—dijo Ligia.

—Y entonces, ¿por qué te alejaste de mi lado?

Ella alzó hacia él sus ojos, en que había reflejos irisados, é inclinando luego el ruboroso semblante, dijo: —Tú lo sabes...

Vinicio permaneció un momento silencioso, como embargodo por la felicidad que desbordaba en su alma.

Luego prosiguió refiriendo á la joven cómo sus ojos habianse ido gradualmente abriendo á la persuación de que ella era del todo diferente de las mujeres de Roma y tan sólo asemejábase á Pomponia. Además, y esto no podía explicarlo con claridad á Ligia, pues él mismo no lograba definirselo aún satisfactoriamente: —que en ella venía al mundo una belleza de otra índole, nueva, ideal, una belleza que no había existido en él antes, belleza que no era como la de las estatuas, sino como ha de ser la de los espiritu.

Y la dijo también algo que llenó de júbilo á la joven: que la amaba mucho más, precisamente porque había huido de él y que en su hogar seria para él como un sagrado numen.

Y luego la tomó una mano y ya no pudo continuar; limitose á contemplarla enajenado, cual si viera en ella á la felicidad entera de su vida que acababa de conquistar, y repitió una y otra vez su nombre, cual si quisiera convencerse de que realmente habíala encontrado por fin y se hallaba próximo á ella: —¡Oh, Ligia, Ligia!

Por último empezó á preguntarle á su vez cuáles habían sido sus impresiones con respecto á él; y la joven confesó que le amaba desde el día en que ambos viéranse en la casa de los Plaucios, y que si Vinicio la hubiese devuelto