á ellos desde el Palatino, habríales ella confesado su amor é intentado apaciguar la cólera que hacia él debían sentir.
—Te juro,—dijo Vinicio,—que ni siquiera por un ins tante había venido á mi cerebro la idea de sacarte de la casa de Aulio. Algún día te referirá Petronio como yo le confesé cuanto te amaba y que deseaba casarme contigo.
«Venga ella á exornar la puerta de mi casa, cúbrala de grasa de lobo y ocupe en seguida en mi hogar el sitial de la esposa», le dije.
Pero él ridiculizó mi propósito é insinuó al César la idea de pedirte como un rehén que le pertenecía y de darte á mí. ¡Cuántas veces, en medio de mi dolor, no le he maldecido! mas, acaso el destino así lo dispuso, pues de otra manera no habría conocido yo á los cristianos, ni llegado á comprenderte.
—Créeme, Marco,—replicó Ligia;—Cristo ha sido quien en sus altos designios te atrajo á sí.
Vinicio alzó la cabeza como sorprendido y repuso luego con animación.
—¡Cierto! Pareció combinarse todo de admirable manera para que al buscarte á tí, me encontrase á los cristianos. En Ostrianum escuché maravillado al Apóstol, pues no había oído jamás conceptos semejantes. Y dime: ¿rogaste allí por mi?
—Si,—contestó Ligia.
A la sazón hallábanse delante de la glorieta cubierta de una espesa capa de hiedra y se aproximaban al sitio donde Ursus, después de haber estrangulado á Croton, se arrojó sobre Vinicio.
—Aquí,—dijo el joven,—habría perecido yo, á no ser por tu mediación.
—No hables más de eso,—conteseó Ligia;—y no se lo recuerdes tampoco á Ursus.
—¿Podría yo acaso haber tomado venganza en él porque te defendiera? Muy al contrario, á ser él esclavo, le habria concedido inmediatamente la manumisión.