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QUO VADIS

lencio, cual si no diesen crédito á sus oídos; en seguida alzáronse todos los brazos y exclamaron todas las bocas: —A—al Señorl A a al Vinicio les despidió entonces con un ademán.

Y aún cuando todos á porfía deseaban manifestarle su gratitud postrándose á sus pies, alejáronse apresuradamente y la casa entera, del sótano al techado, se pobló de rumores jubilosos.

—Mañana,—dijo en seguida Vinicio,—mandaré que se reunan de nuevo en el jardín y hagan los signos que quieran en el suelo. Ligia dará libertad, á su vez, á todos los que tracen un pescado.

Petronio, que nunca se admiraba de cosa alguna por mucho tiempo, dijo con aire indiferente: —¿Un pescado? ¡Ah, síl... Según Chilo, ese es el signo de los cristianos; ya lo recuerdo.

Y alargando luego la mano á Vinicio, prosiguió: —La felicidad se encuentra siempre allí donde un hombre la descubre. Quiera la esposa del Céfiro (1) sembrar de flores tu camino por largos años. Cree que para ti deseo cuanto tú mismo puedas anhelar.

—Te lo agradezco, pues me imaginaba que tratarías de disuadirme, y eso, ya lo ves muy bien, sería tiempo perdido.

—Yo? ¿Disuadirte? De ningún modo. Por el contrario, digote que obras perfectamente.

—¡Ah, traidorl—contestó Vinicio riendo,—¿has olvidado lo que me dijiste una vez, cuando salimos de casa de Pomponia Graecina?

—No,—contestó Petronio con sangre fría;—pero he cambiado de parecer. Querido mío,—agregó un momento después, en Roma todo cambia. Los maridos cambian de esposas; las esposas cambian de maridos; ¿por qué entonces no podría yo cambiar de opiniones? Faltó poco para (1) Flora, la diosa de las flores.