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QUO VADIS

Pues bien: en primer lugar, nos leyó su poema sobre la destrucción de Troya y lamentó no haber podido jamás presenciar el espectáculo del incendio de una ciudad.

»Y envidiaba á Príamo, y considerábale afortunado por haber asistido al incendio y á la ruina de su pueblo natal.

Y al punto dijole Tigelino: »—Pronuncia tan sólo una palabra, joh, divinidad! y tomaré en mis manos una antorcha, y antes de que haya terminado la noche verás arder á Ancio.

»Pero el César llamóle necio.

»—¿Y adónde, entonces,—agregó,—pudiera ir yo á respirar las brisas marinas, á fin de impedir el desmedro de la voz mía, este don de los dioses, que los hombres dicen que debo de conservar para bien de la humanidad? ¿No es Roma la que me hace daño; no son esas exhalaciones del Suburra y del Esquilino las que aumentan mi ronquera?

»¿Y el incendio de los palacios de Roma no ofrecería un espectáculo cien veces más trágico y grandioso que el de Ancio?

Y aquí todos comenzaron á comentar esta eventualidad, previendo cuán indecible catástrofe constituiría el cuadro de una ciudad como esa, envuelta entre las llamas, de una ciudad que había conquistado al mundo, convertida en un montón de cenizas.

»El César declaró entonces que llegada esa emergencia, su poema habría de sobrepujar á los cantos de Homero y empezó á dar una idea de cómo reconstituiría él la ciudad y cómo las edades venideras habrían de admirar sus hazañas, en presencia de los cuales toda otra obra humana aparecería mezquina y deleznable.

»—¡Hazlo! ¡Hazlol—exclamó la embriagada turba.

»—Menester seria para ello que tuviera yo amigos más fieles y abnegados,—contestó Nerón.

»Te confieso que me sentí lleno de una profunda alarma al escuchar estas palabras porque en Roma te hallas tú, carissima.