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QUO VADIS

y sus fuerzas. De suerte que al salir del elæothesium[1], es decir, de la última división del baño, parecía como si viniera de surjir de entre los muertos, chispeantes los ojos, rejuvenecido, exuberante de vida, irreprochable hasta el punto de que ni el mismo Oton habría podido comparársele, mereciendo realmente el titulo que se le había dado de árbitro de la elegancia (arbiter elegantiarum).

Raras veces visitaba los baños públicos escepto cuando había ocasión de admirar á algún retórico de que se hablara en la ciudad, ó cuando con motivo de cumplir la mayor edad algún joven romano, se libraban combates de interés escepcional. Por otra parte, en su propia «ínsula» (casa aislada) tenía baños privados que Celer, el famoso contemporáneo de Severo, había ensanchado, reconstruido y arreglado espresamente para él, con un gusto tan refinado que Nerón reconocia la superioridad de ellos, respecto de los baños imperiales, aún cuando éstos eran más estensos, y acabados de una manera incomparablemente más fastuosa.

Petronio, después de la fiesta de la víspera, en la cual tanto le fastidiaron las bufonadas de Vatinio, con Nerón, Lucano y Séneca, había tomado parte en una discusión acerca de si tienen alma las mujeres.

Apenas se hubo levantado tomó su acostumbrado baño. Dos enormes balneatores (bañeros) lo tendieron sobre una mesa de ciprés, cublerta de fino lienzo egipcio, como la nieve blanco, y sumergiendo las manos en aromático aceite amasaban sus músculos. El en tanto aguardaba, cerrados los ojos, que el calor del laconium (estufa ó sudadero) y el calor de las manos de los bañeros penetrase en su cuerpo, y de él desalojaran el cansancio.

Solo después de transcurridos algunos instantes abrió los ojos y los labios. Preguntó que tiempo hacia, y si habían enviado unas alhajas que Idomeneo, el joyero, había prometido remitirle aquel día para que las examinara.


  1. Pieza de baños en donde se untaban el cuerpo con aceite.