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QUO VADIS

¡Dame tus labios! No quiero aguardar hasta mañana...

¡Pronto, dame tus labios!

Y se adelantó á abrazarla; pero Actea empezó á defenderla, y la defendió llamando en su auxilio todas sus fuerzas, porque vió que la joven estaba á punto de sucumbir.

Mas, fué inútil que luchara ella con ambas manos por arrancar la vigorosa presión del brazo de Vinicio; en vano con voz que temblaba de terror y de pena le imploraba que no fuera cruel, que tuviese piedad de aquella débil criatura. Vinicio, ahito de vino, acercaba más y más su rostro al rostro de la joven, la cual iba sintiendo cada vez más próximo su hálito impuro. Ya no era aquel hombre el amante Vinicio, que ella conociera y á quien casi había llegado á considerar como un sér querido de su alma, no; ya no era sino un sátiro ébrio y protervo que la llenaba de repulsión y de pavor.

Pero, entre tanto, las fuerzas íbanla gradualmente abandonando. En vano ella inclinaba esforzadamente á otro lado el cuerpo y esquivaba el rostro para escapar á sus besos. Vinicio púsose al fin de pie, la tomó violentamente en sus brazos, y acercando á su pecho la cabeza de Ligia, empezó anhelante á oprimir contra los suyos los pálidos labios de la joven.

Mas, en ese momento mismo, una fuerza poderosa apartó los brazos de Vinicio del cuello de la joven, con tanta facilidad como si hubieran sido los brazos de un niño, y lo hizo á un lado como si se tratara de un miembro muerto ó de una hoja seca.

¿Qué había sucedido?

Vinicio se pasó la mano por los atónitos ojos y vió delante de él la gigantesca figura del ligur, llamado Ursus, á quien antes encontrara en casa de Aulio.

Ursus estaba allí, de pie, sereno, pero había una tan extraña mirada en sus ojos azules, fijos en Vinicio, que la sangre se heló en las venas del joven. En seguida tomó el