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QUO VADIS

veían pintadas en su semblante; más luego, cual si quisiera ocultar estos afectos, se inclinó y dijo: —Ahora mismo voy á casa del santo obispo.

Actea rodeó con sus brazos el cnello de Ligia y empezó á llorar. Una vez más comprendió la liberta que había un mundo en el cual existía una felicidad mayor, aun en medio de los sufrimientos, que la cifrada en los excesos y la molicie reinantes en la casa del César. Una vez más también parecíale como si ante sus ojos se le entreabiera una puerta que conducía hácia la luz; pero también comprendió inmediatamente que ella era indigna de salvar los dinteles de esa puerta.

CAPÍTULO IX

Ligia sentía en estremo perder á Pomponia Graecina, á quien amaba con toda su alma; sentía también no volver ya al hogar de Aulio; no obstante, luego se disipó la desesperación que esto le causara. Porque esperimentaba una especie de intima complacencia en el pensamiento de que iba sacrificar las comodidades y el bienestar por su culto á la Verdad, y á entrar en una vida errante y para ella desconocida hasta entonces. Acaso en esto había mezclada también una especie de curiosidad infaltil acerca de lo que sería esa vida, que iba á llevar lejos, muy lejos de allí, en romotas regiones, tal vez entre bárbaros y bestias feroces.

Pero, más que esa curiosidad, movíala una fe profunda en que obrando así daba cumplimiento á los mandatos del Divino Maestro, y en que, de allí en adelante, El mismo, vigilaría sus pasos como los de una hija sumisa y fiel.

Siendo ello así, ¿qué males podrían sobrevenirle? Si la aguardaban más sufrimientos, los soportaria en su nombre.

Si la muerte, una muerte repentina, la esperaba, era que El llamábala así; y entonces, cuando Pomponia muriese,

Tomo I
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