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QUO VADIS

Llegarían hasta el fin del mundo, aun hasta los mismos lugares de donde habían venido y en los cuales nadie oía ni siquiera hablar de Roma.

Y aquí empezó á dirigir la vista como á un punto remoto, cual si viese las lejanas, muy lejanas perspectivas del futuro y dijo: —¿Al bosque? ¡Ah, si! ¡Qué bosques! ¡qué bosques!...

Al cabo de un momento pareció apartar de si estas visiones y manifestó que iba inmediatamente á ver al obispo y que por la tarde aguardaría la salida de la litera en compañía de unos cien hombres. Y aun cuando no fueran esclavos, aun cuando fueran soldados pretorianos, la arrancaría del poder de éstos! Preferible era que ningún hombre se pusiera al alcance de su mano, aun cuando estuviera protegido con una armadura de hierro, porque, ¿acaso era para él fuerte el hierro? Indudablemente no, pues le bastaba dar sobre cualquiera armadura de ese metal un golpe recio para que no sobreviviera la cabeza que bajo tal armadura se resguardaba.

Ligia alzó el dedo entonces con una seriedad perfecta, pero a la vez infantil, y dijo: —Ursus, no matarás.

Ursus llevó su puño cerrado, que parecía un mazo, á la parte posterior de la cabeza y abriéndole en seguida empezó á rascarse el cuello con aire muy grave y á hablar entre dientes. El tenía que salvar á «su luz». Ella misma acababa de decir que le había llegado el turno de hacerlo.

Intentaría los posibles esfuerzos para no destrozar. Pero, ¿y si algo ocurría, á pesar suyo? En todo caso él debía salvarla. Y si algo pasaba, se arrepentiría y de tal modo imploraría al Cordero Inocente y Crucificado que éste se apiadaría de él, pobre muchacho. No abrigaba la menor intención de ofender al Cordero; pero eran tan pesadas sus manos!

Y una gran unción, á la vez que una gran ternura, se