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QUO VADIS

Y entretanto, por toda aquella casa, vestida de verde hiedra y engalanada para una fiesta, solo siguió de tiempo en tiempo escuchándose un triste rumor de quejas y alaridos, haciendo coro al chasquear de los azotes, que duraron casi hasta el amanecer del nuevo día.

CAPÍTULO XI

Vinicio no se retiró á descansar esta noche. Algunas horas después de la partida de Petronio, viendo que los gemidos de sus flajelados esclavos no calmaban ni su dolor, ni su cólera, reunió un grupo de otros sirvientes, y aún cuando la noche hallábase ya muy avanzada, se precipitó á la calle á la cabeza de ese grupo con el objeto de buscar á Ligia. Recorrió el barrio Esbuilino, en seguida el Subura, el Vicus Sceleratus (Barrio Maldito), y todas las calles adyacentes. Pasando en seguida alrededor del Capitolio, dirigióse á la isla, atravesando el puente de Fabricio; después recorrió una parte del Trans—Tiber.

Pero aquella era una pesquisa desprovista de objetivo, pues él mismo no tenía ya esperanzas de encontrar á Li gia, y si la buscaba era simplemente para ocupar en algo esa terrible noche. Y en efecto, la ocupó toda, pues regresó á su casa como al amanecer, á la hora en que las carretas y las mulas de los verduleros empezaban á recorrer la ciudad y en que estaban abriendo ya las panaderías.

A su regreso mandó que se llevaran el cadáver de Gulo, que nadie habíase atrevido á tocar.

A los esclavos, de cuyas manos Ligia había sido arrebatada, los hizo conducir á las prisiones rurales, castigo casi más terrible que la muerte. Y por último, echándose sobre una poltrona en el atrium, púsose á discurrir confusamente los medios de que habría de valerse para encontrar á Ligia y apoderarse de ella.

Perderla, renunciar á ella, no verla más, parecíale imposible; y al sólo asomo de tal pensamiento, spoderábase de