Vinicio una especie de frenest. Por primera vez en su vida, la índole imperiosa del joven soldado encontraba resistencia en otra voluntad, cual la suya inquebrantable, y no acertaba á comprender cómo podía existir persona alguna que tuviera la osadía de contrariar sus deseos. Vinicio habría preferido el espectáculo de la ciudad y el mundo entero hundiéndose entre ruinas, á ver fallidos sus propósitos. La copa de la felicidad le había sido arrancada de los labios casi; de allí su impresión de que había ocurrido algo de inaudito, algo que clamaba venganza. á las leyes divinas y humanas.
Pero, ante todo, y en primer lugar, no tenía ni voluntad, ni hábito de conformarse con su suerte, pues nunca en su vida había sentido un anhelo más imperioso que el que á Ligia lo impelía. Parecíale que sin ella la existencia iba á serle imposible. No podía decirse á sí mismo qué haria lejos de ella á la mañana siguiente, y qué sería de su vida en los días sucesivos.
Había momentos en que se dejaba llevar por una irritación contra la joven, que se aproximaba á la lacura. Se cendiaba en el deseo de tenerla á su alcance, golpearla, arrastrarla de los cabellos hasta el cubiculum y ensañarse en ella hasta el dominio pleno. Más, luego dejábase subyugar por un ansia atormentadors de escuchar su voz, de extasiarse en sus formas, de embriagarse en sus ojos y sentíase dispuesto á echarse á sus pies. Llamábala entonces á voces, mordíase los dedos y oprimíase la cabeza entre las manos. Ponía sus cinco sentidos en la empresa de meditar con tranquilidad acerca del mejor medio para encontrarla y reconocía luego su impotencia. Mil arbitrios y maneras veníanle á la cabeza, pero cada uno de ellos tanto ó más desatinado que el anterior. Por último, sobrevino á su mente la idea de que nadie sino Plaucio, le había interceptado á Ligia, y que en todo caso, él debía saber dónde se ocultaba la joven. Y se levantó bruscamente, dispuesto á correr á casa de Aulio.