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QUO VADIS

—¡Por las blancas rodillas de las Gracias! Ya me contarás esto en hora de mayor reposo.

—Venía justamente á pedirte consejo.

En el mismo instante aparecieron los depiladores[1] que rodearon á Petronio, en tanto que Marco entró en un baño de agua tibia.

—¡Ah! Será superfluo preguntarte si tu amor es correspondido, —replicó Petronio contemplando las marmoreas carnes de Vinicio,—si Lisipo te hubiera visto, servirías de ornato en la puerta que conduce al palatino, bajo los rasgos de cualquier Hércules juvenil.

El joven sonrió y se hundió en la pila, salpicando un mosaico que figuraba á Juno en el momento en que suplica al Sueño que duerma á Júpiter.

Terminado el baño, Vinicio, á su vez se entregó á las ágiles manos de los depiladores, y en este momento entró un lector[2], llevando sus papiros en un estuche de bronce.

—¿Quereis oir algo?—preguntó Petronio.

—Si se trata de una obra tuya con mucho gusto;—respondió Vinicio,—no siendo así, prefiero hablar. Actualmente, los poetas hasta tratan de detenernos para ofrecernos sus lecturas en todas las esquinas...

—Y no se puede salir á la calle sin ver á un poeta gesticulando como un mico. Agripa, á su regreso de Oriente, los tomaba por locos furiosos. El César hace versos, y todo el mundo sigue su ejemplo; pero no hay derecho á perpetuarlos mejores que los del César. Por eso siento algún temor por Lucano... En cuanto á mí, hago prosa y no rega lo los oídos de nadie, ni aún los mios. Lo que el lector quería hacernos oir son los Codicilos de ese pobre Fabricio Vejento...


  1. Depilador, el que entresacaba las canas ó estirpaba el vello del cuerpo.
  2. Los lectores eran siervos literatos que tenían los romanos para que les leyesen.