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QUO VADIS

pujó á Petronio á un lado é intentó seguir; pero el otro le detuvo casi por fuerza.

—¿Cómo está la divina infanta? —preguntó.

Pero esta compulsión irritó de nuevo á Vinicio, y en un instante hizo rebosar en él la marea de la indignación.

—¡Que los Hados se la traguen á ella y á toda esta casal—contestó apretando los dientes.

—¡Silencio, desgraciado! — exclamó Petronio.

Y mirando en derredor suyo, agregó precipitadamente: —Si quieres saber de Ligia, ven conmigo; aquí nada te diré.

Y echando el brazo alrededor de la espalda del joven tribuno le condujo fuera del palacio lo más rápidamente posible.

Ese era su principal empeño, pues no tenía la menor noticia que dar á Vinicio; pero siendo hombre avisado, abrigando, á pesar de su disgusto del día anterior, muchas simpatías por el joven y sintiéndose, finalmente, responsable por todo lo que había ocurrido, algo había hecho ya espontáneamente. Así, cuando ambos hubieron entrado en la litera, dijo: —He ordenado á mis esclavos que vigilen todas las puertas de la ciudad. Les di una descripción completa de la niña y de ese gigante que la sacó de la sala del festin en casa del César porque ese es, no me cabe duda, el hombre que te la ha interceptado en el camino á tu casa. Escúchame, tal vez Aulio y Pomponia desean ocultarla en alguna de sus haciendas y en ese caso, luego sabremos hacia qué dirección la han conducido. Si mis esclavos no la ven pasar por alguna de las puertas, eso nos indicará que se halla todavía en la ciudad, y empezaremos hoy mismo á buscarla en Roma.

—Aulio no sabe donde está,—contestó Vinicio.

—¿Estás seguro de ello?

—He visto á Pomponia. Ella también la busca.

Tomo I
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