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QUO VADIS

to de neutralizar hasta donde fuera posible las consecuencias que pudieran originarse de ese estado de ánimo del César.

Conociendo bien á Nerón, pensó también que aun cuando éste no se curaba de hechizos, aparentaría ahora creer en ellos, á fin de dar mayores proporciones á su pesar y poder asimismo tomar definitivamente venganza en la cabeza de alguien, para substraerse á la sospecha de que los dioses hubieran ya empezado á castigarlo por sus crimenes. Petronio no creía que el César pudiese amar verdadera y profundamente ni aún á su propia hija; y aún cuando la hubiera amado con apasionamiento, se hallaba seguro el árbitro de que el tirano daba proporciones exageradas á su dolor.

Y no estaba equivocado Petronio.

Nerón escuchaba, con semblante de piedra y ojos inmóviles, las palabras de consuelo que le dirigían los caballeros y senadores. Era evidente que, aún en el caso de que estuviera sufriendo, su pensamiento era éste: ¿Qué impresión haría su dolor en los demás? Se presentaba, pues, en la actitud de una Niobe y daba á la vez una exhibición de sufrimiento paternal, como pudiera hacerlo en la escena cualquier actor. Y no tenía ni siquiera la fuerza de voluntad bastante para perseverar en su actitud de pesar silencioso y como si dijéramos petrificado, porque por momentos hacía gestos, cual si quisiera tomar del suelo y arrojar sobre su cabeza un puñado de polvo, y en otras prorrumpía en hondas lamentaciones. Pero al ver á Petronio, dió un salto, y exclamó con voz trágica y de manera que todos los presentes pudieran oirle: —¡Ay! ¡Y tú eres el causante de su muerte! Por tu con—sejo, el mal espíritu atravesó estos muros, si, el mal espíritu que, con una mirada, arrancó de su pecho la vida!

¡Misero de mi! ¡Ojalá mis ojos no hubiesen jamás visto la luz de Helios! (el sol). ¡Misero de mil ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!