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QUO VADIS

y en Roma entera. El César, que el día del nacimiento de la infanta había estado loco de alegría, encontrábase hoy loco de pesar. Encerrado en sus habitaciones, había rehusado por espacio de dos días tomar alimento alguno; y aún cuando en palacio veíanse hormiguear los senadores y augustianos que desde el primer momento apresuráronse á ofrecer sus manifestaciones de condolencia y de simpatía, se negó absolutamente á dar audiencia á persona alguna. El senado celebró una sesión extraordinaria, en la cual la niña extinta fué proclamada divina. Se acordó tambien erigirle un templo y destinar un sacerdote especial á su servicio. Se ofrecieron nuevos sacrificios en otros templos, en honor de la muerta; se fundieron estatuas suyas con metales preciosos, y sus funerales constituyeron una solemnidad inmensa durante la cual el pueblo se maravilló ante las ilimitadas muestras de dolor de que dió público testimonio el César. La multitud, entre tanto, lloraba con él, extendía las manos para recibir las dádivas usuales y sobre todo se entretenía con aquel espectáculo superior á todo paralelo.

Ese fallecimiento alarmó á Petronio. En Roma todo el mundo sabía que Popea lo había atribuido á un maleficio.

Los médicos, á quienes de esa manera se presentaba un arbitrio para explicar la inutilidad de sus esfuerzos, apoyaban esa afirmación; los sacerdotes, cuyos sacrificios habían resultado impotentes, hicieron lo mismo; de igual manera los hechiceros, quienes á la vez temblaban por sus vidas, y también el pueblo.

Petronio se felicitaba ahora de que Ligia hubiera huído, porque no deseaba ningún mal á Plaucio ni á Pomponia, y para él y Vinicio deseaba todo el bien posible. Así, pues, cuando hubo desaparecido el ciprés que se colocara delante del Palatino en señal de duelo, acudió á la recepción destinada a los senadores y augustianos, á fin de juzgar por sí mismo hasta qué punto Nerón había prestado oídos á las afirmaciones relativas á maleficios, y con el propósi-