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QUO VADIS

—Pero yo tengo mejor concepto, si no de su honradez, de su ingenio. Ya hizo una vez una sangría en tu bolsa, y ha de volver, aun cuando sólo fuera por eso; para hacerte una segunda.

—Que tenga cuidado: no le haga yo la sangría en su propio cuerpo.

—Guárdate de ello: ten paciencia hasta que no te halles convencido plenamente de su impostura. No le des más dinero: prométele, eso sí, una buena recompensa si te trae noticias. ¿No piensas por tu parte seguir haciendo algunas pesquisas?

—Mis dos libertos Ninfidio y Demas, la están buscando con sesenta hombres. Al esclavo que la encuentre le he prometido la libertad. Además, he enviado fuera de Roma agentes especiales con orden de recorrer todos los caminos que salen de la ciudad y de preguntar en todas las posadas por el ligur y la doncella. Yo mismo sigo recorriendo la ciudad, de día y de noche, á la espectativa de un encuentro ocasional.

—Cuando quiera que tengas noticias, comunicamelas, pues debo partir para Ancio.

—Así lo haré.

—Y si una de estas mañanas al despertar te ocurre decir: «No vale la pena el que siga yo atormentándome y sufriendo incesantes molestias por causa de una muchacha», vente al instante á Ancio. Allí no escasearán ni las mujeres, ni los entretenimientos.

Vinicio empezó á dar paseos agitados por la habitación.

Petronio lo observó algunos instantes y por fin dijo: —Dime sinceramente, y no como un loco que habla solo á su perturbado cerebro y lo excita, sino como un hombre de juicio que está contestando á un amigo: ¿Sigues tan preocupado como al principio por esta Ligia?

Vinicio se detuvo por un momento, y miró á Petronio como si antes no le hubiera visto; en seguida prosiguió su agitado paseo. Era evidente que se esforzaba por reprimir