—No ha sido jamás esclava.
—¿Entónces?
—No sé. Una hija de un rey...
—Me intrigas, Vinicio.
—La historia no es muy larga. Tú quizás hayas conocido á Vannio, rey de los Suevos, que, arrojado de su país, habitó largo tiempo en Roma, donde se hizo célebre por su destreza en el juego de dados y su habilidad para conducir un carro. Druso le restauró en el trono. Vannio gobernó al principio con mucha oportunidad y emprendió gloriosas guerras, pero luego comenzó á desollar no sólo á sus vecinos, pero también á sus súbditos. De manera que Vangio y Sidon, hijos de Vibilio rey de los Hermunduros, se concertaron para que viniese á Roma á probar suerte en el juego de dados.
—Lo recuerdo; eso fué en tiempo de Claudio. La fecha no es remota.
—No... Estalló la guerra. Vannio llamó en su auxilio á los Yazigos, en tanto que sus sobrinos se concertaban con los ligios. Estos, muy inclinados á la rapiña, y que habían oído hablar de las enormes riquezas de Vannio, llegaron en tan gran número, que el mismo Claudio empezó á temblar por la seguridad de sus fronteras. Claudio no tenía el ánimo de intervenir en una guerra entre bárbaros, pero escribió á Atelio Hister, que á la sazón tenia el mando de las legiones del Danubio, encargándole que vigilara de cerca las operaciones bélicas y no permitiese á los 'combatientes perturbar la paz de que disfrutábamos. Hister exigió entonces á los ligures la promesa de que no traspasarían la frontera; y estos, no tan sólo convinieron en ello, sino que además constituyeron rehenes en prenda de su compromiso, entre los cuales rehenes figuraban la esposa y la hija de su caudillo. Bien sabes tú que los bárbaros llevan consigo á la guerra á rus esposas y á sus hijos. Mi Ligia es la hija de ese caudillo.
—¿Cómo te hallas al corriente de todo eso?