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QUO VADIS

mor de la corriente del río que se deslizaba á los pies de los dos hombres.

Chilo permaneció algunos instantes con la vista fija en el astro de la noche, mientras con voz baja y reprimida iba rememorando la pasión y muerte de Cristo.

Parecía no estar hablando á Urbano, sino como haciéndose á sí mismo el recuento de los episodios de esa muerte, ó cual si estuviera descubriendo y confiando un secreto á la ciudad dormida.

Y había en esa escena algo que á la vez impresionaba y conmovía.

El obrero lloraba; y cuando Chilo empezó como á gemir á lamentarse de que en los instantes más críticos de la pasión del Salvador no hubiese habido hombre alguno dispuesto á defenderlo, si no de la crucifixión, por lo menos de lo denuestos de judíos y soldados, el bárbaro empezó instintivamente á crispar sus gigantescos puños á impulsos de la compasión y de una mal reprimida cólera. Sintióse hondamente conmovido ante la patética pintura de la muerte de Cristo; pero al pensar en la canalla que dirigía sus ultrajes al Cordero enclavado en la cruz, su alma sencilla llenóse de indignación al mismo tiempo que sentía arder un salvaje deseo de venganza.

—Urbano, ¿sabes quién era Judas?—preguntó de repente Chilo.

—Sí, sé! ¡Sí sél... pero Judas se ahorcó! exclamó el obrero.

Y en el tono de su voz se advirtió una especie de contrariedad ante la idea de que el traidor se hubiese aplicado á sí mismo el castigo y no fuera por lo tanto posible que él, Urbano, lo hiciera perecer entre sus herculeos braZOS.

—Pero, y si no se hubiese ahorcado,—replicó Chilo,—y si algún cristiano hubiera de encontrarse con él, en tierra ó en ma—, ¿no sería deber de ese cristiano tomar venganza por el tormento, la sangre y la muerte del Salvador?