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QUO VADIS

entre las Vías Salaria y Nomentana. ¿Acaso no sabías que el Gran Apóstol irá allí á predicar?

—He estado fuera de casa dos días: de ahí que no haya recibido su epístola; y no sé en qué dirección está Ostrianum, pues no hace mucho tiempo llegué aquí procedente de Corinto, donde me hallo encargado de la dirección de una comunidad cristiana. Pero, como bien dices, allí encontrarás á Glauco entre los hermanos y lo matarás en el camino, de regreso á la ciudad. Por ello te serán perdonados todos tus pecados. ¡Y ahora, que la paz sea contigo!...

—Padre...

—Te escucho, siervo del Cordero.

En el semblante del obrero se advertía una expresión de profunda perplejidad.

No hacía mucho tiempo había él matado á un hombre, acaso á dos, pero la doctrina de Cristo prescribe no matar.

El no los había matado en defensa propia, porque hasta eso era prohibido. No los había matado ¡no lo permitiera Dios! por lucro. El mismo obispo le había suministrado algunos hermanos para que le ayudaran, pero sin permitirle matar. Había matado sin quererlo, contra su voluntad, inadvertidamente, porque Dios le había castigado al dotarle de tanta fuerza física. Y ahora se hallaba por ello entregado á la penitencia.

Otros obreros cantaban al compás del movimiento del molino cuando éste funcionaba; pero él, hombre pecador y desgraciado, se pasaba las horas pensando en su delito y en la ofensa que cou él había inferido al Cordero.

¡Cuánto había llorado!

¡Cuántas y cuán fervientes plegarias había dirigido al Cordero! Y parecíale que todavía no había hecho en descargo de su culpa la penitencia proporcionada á ella. Ahora, acababa de prometer nuevamente matar al traidor... ¡y había hecho bien! Solo se le había prescrito perdonar las ofensas que á él propio le hicieran; así, pues, mataría á