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QUO VADIS

basele ahora, por primera vez, como una persona entretenida y exenta de vulgaridad. Veía en su casa irradiar la dicha, al propio tiempo que se le animaba el rostro. Empezaba de nuevo á sentirse joven y á disfrutar de la alegría del vivir. Sus anteriores melancolías y dolores no le habían dado todavía la medida cabal de su amor á Ligia.

Ese amor lo comprendía en toda su intensidad y por vez primera solo ahora, cuando abrigaba ya la esperanza de poseerla al fin. Sus anhelos despertaban en él, como la tierra, calentada por el sol, despierta en primavera; pero esta vez eran sus deseos menos ciegos y desatentados, por decirlo así, y más regocijados y tiernos.

Sentíase asimismo ahora interiormente poseído de una energía sin límites, y abrigaba una especie de certidumbre de que, viera él por sus propios ojos á Ligia y ni todos los cristianos de la tierra juntos, ni el mismo César podrían esta vez arrebatársela.

Chilo, animado en presencia del júbilo que se pintaba en el semblante y los ademanes del tribuno, recobró su verbosidad y empezó á dar consejos.

En su opinión, importaba á Vinicio no considerar el asunto como ganado completamente y tomar las mayores precauciones, sin el auxilio de las cuales todo el trabajo hecho pudiera resultar frustrado.

Rogó á Vinicio que no arrebatase á Ligia en Ostrianum.

Deberían ambos ir allí con las cabezas cubiertas por sendas caperuzas y oculto el semblante, y limitarse á observar á los presentes desde algún rincón envuelto en la penumbra. Cuando vieran á Ligia sería lo más prudente seguirla á cierta distancia, observar en qué casa entraba, rodear ésta al amanecer y llevársela á la plena luz del día.

Desde que era un rehén, y pertenecía especialmente al César, bien podrían hacerlo sin temor alguno á la ley.

En caso de no hallarla en Ostrianum, podrían seguir á Ursus con el mismo resultado. Ir al cementerio con una