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QUO VADIS

enseñan los estóicos,—morir, si no también vivir honradamente. Si alguna vez llego á tener fortuna y una casa como ésta y esclavos en tanto número como los tiene Vinicio, acaso me haga cristiano por todo el tiempo que me convenga. Porque un hombre rico puede permitirse toda clase de libertades: hasta la de ser virtuoso. Esta es una religión para los ricos; así, pues, no comprendo cómo puede haber tantos pobres entre sus prosélitos. ¿Qué de bueno puede acarrearles, y por qué se dejan atar las manos por la virtud? He de ponerme á meditar en esto alguna vez.

Entre tanto, ¡honor á ti, Mercurio, por el auxilio que me has prestado para el descubrimiento de ese animalote! Pero, si tal has hecho por el interés de las dos blancas vaquillas añojas de cuernos dorados, no te conozco. ¡Avergüénzate, matador de Argos! Un dios tan sabio como tú, jes posible que no haya previsto que nada recibirá? Te ofreceré mi gratitud; y si á ella prefieres dos bestias, tú serás la bestia tercera, y entonces, en el mejor de los casos, debieras, antes que dios, convertirte en pastor. Y ten cuidado, por otra parte, no sea que yo, como filósofo, pruebe á los hombres que tú no existes y entonces todos cesarán de presentarte sus ofrendas. Conviene más, de todos modos estar en buenas relaciones con los filósofos.

Mientras asi hablaba consigo mismo y con Mercurio, tendióse en el sofá, puso bajo su cabeza el manto y dormía profundamente cuando vino el esclavo á llevarse los platos.

Despertó—mejor dicho, le despertaron—solo á la llegada de Croton.

Dirigióse entonces al atrium y empezó á examinar lleno de complacencia las formas de aquel maestro, exgladiador, que parecían llenar con su inmensidad toda la estancia.

Tomo I
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