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QUO VADIS

tomarían á esos caminantes nocturnos por obreros que se diriglan á los arenales, ó sepultureros de los que en ocasiones iban durante la noche á tomar parte en ciertas ceremonias relacionadas con su oficio.

Pero á medida que adelantaba el joven patricio en unión de sus compañeros, velanse brillar más y más linternas, y el número de caminantes hacíase mayor. Algunos de ellos entonaban en voz baja unos cánticos que á Vinicio pareciéronle impregnados de tristeza. A intervalos llegaba á su oído alguna palabra ó frase suelta de esos cánticos, como por ejemplo, «Despierta, tú que duermes,» ó «Levántate de entre los muertos; » en otros, el nombre de Cristo se oía repetir en las bocas de hombres y mujeres.

Pero Vinicio prestaba poca atención á las palabras, pues durante todo el tiempo tenía fija en la mente la idea de que una de aquellas obscuras formas humanas podía ser Ligia.

Alguien al pasar cerca de él decía: «¡Que la paz sea contigo!» y él entretanto sentíase lleno de inquietud y el corazón palpitábale con fuerza al imaginarse que una de esas voces fuera la voz de Ligia.

A cada momento creía notar, en medio de la obscuridad, formas ó ademanes parecidos á los de la joven y solo cuando se convenció de las repetidas equivocaciones que había ido sufriendo, empezó á dudar del testimonio de sus ojos.

El camino le pareció largo. Conocía bien las inmediaciones, más no podía precisar con fijeza los lugares en medio de la obscuridad. A cada momento llegaban á algún pasaje estrecho, trozo de muralla ó barraca que no recordaba él haber visto antes en los alrededores de la ciudad. Finalmente, un extremo de la luna dejóse ver detrás de una masa de nubes é iluminó el camino mejor que las ténues luces de las linternas. Por último también vióse brillar á lo lejos algo como una fogata ó la llama de una antorcha. Vinicio volvióse á Chilo y le preguntó: