medio de esa multitud y al tenue fulgor de aquellas mortecioas luces.
Pero de súbito y de manera simultánea fueron encendidas algunas antorchas de resina, formándose con ellas una pequeña hoguera. Pudo entonces verse con claridad.
Al cabo de algunos momentos, la multitud empezó á entonar un himno extraño, primero con voz reprimida y luego más y más creciente.
Vinicio no había escuchado jamás un canto parecido.
La misma inflexión de ruego que notara en las plegarias que individualmente había oido proferir á los que había encontrado camino del cementerio, se advertía también en este himno, pero con más intensidad y relieve, llegando por último sus acentos á tomar proporciones tan solemnes y conmovedoras, como si á la par que los concurrentes, el cementerio, las colinas, las hondonadas y toda aquella región, en suma, hubiera prorrumpido en un lamento unisono de honda y patética plegaria. Esas voces parecían asimismo revestir el carácter de un devoto llamamiento, de una deprecación humilde y clamorosa de auxilio, en medio del abandono y de las tinieblas.
Vueltos hacia arriba los ojos y extendidas las manos, parecían los circunstantes estar contemplando á quien desde el cielo pudiera bajar á su llamada á socorrerlos.
Cuando terminó el himno, sucedióse un momento de suspensión, tan emocionante, que Vinicio y sus compañeros miraron involuntariamente hacia arriba, cual si aguardasen, medrosos, un prodigio ó como si realmente hubiera de bajar alguien desde la bóveda estrellada.
Vinicio había visitado una multitud de templos de la más variada estructura, en el Asia Menor, en el Egipto y en la misma Roms; habíase familiarizado con muchas religiones de diversa indole y escuchado varios de sus himnos; más aquí veía por primera vez que tales himnos eran una especie de llamamiento hecho á Dios por sus adoradores, no con el propósito de llevar á efecto una ceremo-