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QUO VADIS

amar asimismo á los malos, pues solo mediante el amor seríanos posible desterrar el mal de sus almas.

Chilo al escuchar estas palabras pensó que se había malogrado todo su trabajo, que jamás en el mundo se atrevería Ursus á matar á Glauco, ni esa noche ni en otra alguna.

Pero a la vez confortó su ánimo al punto una otra consecuencia que dedujo de las enseñanzas del anciano, á saber; que tampoco Glauco, aun cuando le encontrara y reconociera, podría matarle.

Vinicio ya no opinaba ahora que las palabras de Pedro eran vulgaridades; por el contrario, preguntóse á sí mismo con asombro: —¿Qué clase de Dios es éste, qué clase de religión y qué clase de gentes son éstas?

Porque todo cuanto acababa de oir no podía hallar cabida en su cabeza. Para él todo aquello era simplemente una increible confusión de ideas. Decíase que, si por ejemplo, deseara él asentir á tales enseñanzas, menester seriale arrojar á una pira todos sus pensamientos y costumbres, su carácter y su indole toda, tales cuales habían sido hasta ese instante, reducirlas á cenizas y luego insuflar, por decirlo así, en su ser una vida totalmente distinta y formarse un alma enteramente nueva.

Para él una ciencia ó una religión que ordenase á un romano amar á los partos, sirios, griegos, egipcios, galos ó britanos, perdonar á los enemigos, volverles bien por mal y todavía brindarles amor, antojábasele la ciencia ó la religión de la locura.

Y sin embargo, al propio tiempo sentia una como intuición de que algo había en esa misma locura de más poderoso y fuerte que todos los sistemas filosóficos hasta entonces conocidos.

Pensaba que á causa de su misma aparente locura, esa religión era impracticable, pero, á causa de esta misma impracticabilidad, era también divina.