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QUO VADIS

nicio y Croton, detúvose al punto, cual si se hallara encla vado en el suelo.

Y después, apegándose á la muralla, empezó á llamarles á silbidos para que volviesen.

Así lo hicieron, porque necesitaban tomar consejo.

—Ve, Chilo,—dijo Vinicio, y observa si esa casa tiene algún frente á otra calle.

Chilo, aún cuando se había quejado de tener los pies lastimados, corrió presuroso, cual si tuviese ahora las alas de Mercurio en los tobillos, y volvió en un instante, diciendo: —No, señor; sólo hay una entrada.

Y luego, juntando las manos, agregó: —Te imploro, señor, por Júpiter, Apolo, Vesta, Cibeles, Isis, Osiris, Mitra, Baal y todos los dioses de Oriente y Occidente, que abandones este plan. Escúchame...

Pero aquí se detuvo al punto, porque vió que el semblante de Vinicio estaba pálido por la emoción, y que sus ojos brillaban como los de un lobo.

Bastaba mirarle para persuadirse de que nada en el mundo haríale desistir de aquella empresa.

Croton empezó á insuflar aire á sus herculeos pulmones y á mover la deprimida cabeza de un lado á otro, como hacen los osos que se hallan aprisionados en una jaula; pero en su semblante no se advirtió el menor indicio de temor.

—Yo iré delante,—dijo.

—Tú me seguirás,—contestó Vinicio con voz de mando.

Y al cabo de unos instantes, ambos desaparecieron al través de la obscura puerta de entrada.

Chilo, entretanto, corrió hasta la esquina de la calle más cercana, y empezó desde allí á atisbar, en espera de lo que iba á suceder.