Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/265

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
257
QUO VADIS

que, si hubiera querido ella huir de la ciudad, no le ha brían faltado guardianes, dispuestos á facilitar su fuga.

Y entonces dió gracias a los dioses porque tal cosa, no había sucedido.

Después de haber pasado por varios sitios eriazos, más allá de las murallas, los cristianos empezaron á diseminarse en distintas direcciones.

Hacíase, pues, ahora necesario seguir á Ligia desde mayor distancia y con más precauciones, á fin de no llamar la atención.

Chilo, entre tanto, comenzó a quejarse de sus heridas y de dolores de piernas, y fué quedándose palautinamente atras.

Vinicio no hizo objeción á ello, juzgando que ya no le sería necesario aquel griego inútil y cobarde.

Y hasta le hubiera permitido partir, si Chilo insistiera, pero el digno sabio al parecer velase detenido por motivos de circunspección. Evidentemente la curiosidad era uno de sus móbiles, puesto que seguía detras y por momentos alcanzaba á Vinicio y se le aproximaba con el fin de repetirle alguna de sus anteriores indicaciones. Y pensaba también que el anciano que acompañaba al Apóstol bien pudiera ser Glauco; pero esta idea atemorizadora abannó al reparar que aquel era de más baja estatura.

Por espacio de bastante tiempo marcharon asi; antes de llegar al Trans—Tiber, y estaba ya próximo á salir el sol cuando se dispersó el grupo que rodeaba á Ligia.

El Apóstol, acompañado de una anciana y de un muchacho, dirigiéronse rio arriba; el anciano de menor estatura, Ursus y Ligia entraron á una calle estrecha en la cual, después de avanzar como unas cien yardas, penetraron á una casa en que había dos tiendas: una destinada á la venta de aceitunas y otra á la de aves de corral.

Chilo, que venía como á cincuenta yardas detrás de Vi-

Tomo I
17