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QUO VADIS

das de oro; su carne se pegó al mármol; su boca estaba pegada á los frios labios de Petronio.

CAPÍTULO II

Después de una comida, á la que se le daba el nombre de almuerzo, y que los dos amigos empezaron á una hora en que los simples mortales habían ya comido su principal comida (el prandium) Petronio propuso á su huésped que reposaran algunos momentos, pues según él no era la hora aquella oportura para hacer visitas.

—Hay es cierto,—dijo,—gentes que empiezan á visitar á sus amigos casi desde la salida del sol, creyendo que esa es una antigua costumbre romana, pero yo la considero más bien bárbara. Las horas de la tarde son más adecuadas, pero no antes de aquella en que el sol pasa al lado del templo de Júpiter en el Capitolio, y empieza á mirar oblicuamente al Forum (Plaza). En otoño hace calor aún y place á las gentes dormir un poco después de comer. Al mismo tiempo, es agradable escuchar el murmurio de la fuente en el atrium (vestibulo) y después de dar el obligado millar de pasos, dormir una siesta iluminados por la roja luz que penetra al través del medio alzado velarium[1] de color de púrpura.

Vinicio reconoció la justicia de estas observaciones y ambos empezaron su paseo y reanudaron su conversación comentando negligentemente lo que se decía en la morada del César y en la ciudad, y filosofando un poco acerca de la vida. En seguida, Petronio retiróse al cubiculum, (dormitorio), pero no durmió sino breves momentos, saliendo al cabo de media hora; y habiendo ordenado que le trajeran verbena, aspiró este perfume y con él se frotó las manos y sienes, diciendo á Vinicio:


  1. Velarium, velaria—Lienzos, telones ó cortinas para defenderse del calor y del agua.