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QUO VADIS

Mas para Ursus, las palabras de Glauco en aquel breve instante fueron como los destellos de un relámpago en medio de la obscuridad.

Habiendo reconocido al punto á Chilo, púsose de un salto á su lado, se apoderó de su brazo, echóselo atrás y exclamó: —¡Este es el hombre que me persuadió de que debía matar á Glauco!

—¡Perdón!—gimió Chilo.—Yo os daré... ¡Oh, señor!—exclamó volviéndose hacia Vinicio, ¡sálvamel Yo he confiado en tí; ponte ahora de mi parte. Tu carta... yo la entregaré.

¡Señor! ¡Señor!

Pero Vinicio, que veía cuanto estaba pasando con mayor indiferencia que nadie, en primer lugar porque todos los asuntos del griego éranle más o menos conocidos, y en seguida porque en su pecho jamás había encontrado albergue la compasión, dijo: —Entiérrenlo en el jardín; otro puede llevar la carta.

Parecióle á Chilo que esas palabras eran su sentencia capital. Crugían sus huesos entre las terribles manos de Ursus y el dolor inundaba de lágrimas sus ojos.

—¡Por vuestro Dios, tened piedad de mil—exclamó.¡Yo soy cristiano! /Pax vobiscum! Soy cristiano; y si no lo creéis, bautizadme de nuevo, bautizadme dos, tres, diez veces! Glauco, esa es una equivocación! Dejadme hablar, ¡hacedme vuestro esclavo! ¡No me mateis! ¡Tenedme lástimal Su voz, que sofocaba el sufrimiento, iba debilitándose más y más, cuando el Apostol Pedro se levantó de la mesa. En el breve espacio de un instante movió primero su cabeza blanca, y la inclinó luego sobre el pecho, en tanto que entornaba los ojos. Abriólos después y dijo en medio de un solemne silencio: —El Salvador nos ha dicho: «Si tu hermano ha pecado contra ti, castigalo; pero si se arrepiente, perdónale». Y si te ha ofendido siete veces en el día y ha vuelto á tí los