Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/301

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
291
QUO VADIS

ojos otras siete veces, diciendo: «Ten piedad de mí! perdónale».

Sobrevino un silencio todavía más profundo.

Glauco permaneció largo tiempo con el rostro oculto entre las manos. Descubriólo por fin y dijo: —Céfas: ¡quiera Dios perdonar tus ofensas como yo te las perdono!

Y Ursus, dejando caer á su vez los brazos del griego, agregó al punto: —¡Que el Salvador tenga piedad de tí, así como yo también te perdono!

Chilo se desplomó al suelo y apoyándose en él con las manos volvió á todos lados la cabeza, como una bestia feroz á quien han cogido en un lazo y mira en derredor para ver de qué lado viene la muerte.

Erale imposible dar crédito á sus ojos ó á sus oídos, y no se atrevía á esperar la efectividad de aquel perdón.

Lentamente fué recobrando la posesión de sus facultades: sus labios cárdenos temblaban aun á impulsos del terror.

—Vete en pazl—díjole el Apostol.

Chilo se levantó, mas no pudo articular palabra.

Aproximóse al lecho de Vinicio, cual si todavía quisiera hallar protección junto á él. No había podido aun reunir sus ideas en proporción bastante para detenerse á pensar que aquel hombre, después de haber utilizado sus servicios y cuando era todavia su cómplice, acababa de condenarlo, en tanto que le perdonaban todos aquellos á quienes había ofendido. Esta idea debía venir á su mente más tarde. A la sazón sus miradas tan solo denunciaban incredulidad y asombro.

Aun cuando estaba viendo que le perdonaban, deseaba ahora sustraer cuanto antes su cabeza del poder de aquellas incomprensibles gentes, cuya mansedumbre le ate rrorizaba casi tanto como le hubiese aterrorizado su crueldad.