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QUO VADIS

guidamente, sus manos puestas sobre las rodillas; y en su cabeza pagana empezó á tomar forma, si bien con dificultad, la idea de que al lado de la belleza desnuda, serena y ufana, de harmoniosas líneas griegas y romanas, existía en el mundo otra belleza nueva, impecable, dentro de la cual moraba un alma.

Y aunque le repugnaba llamarla cristiana, al pensar en Ligia no le era posible separarla de la religión que ella confesaba.

Aun más: comprendía que si todos habíanse retirado á descansar y sólo ella permanecía en vela, ella á quien había él ofendido, era porque su religión así se lo prescribia.

Pero ese pensamiento que causaba admiración al relacionarlo con la religión de Ligia, érale al mismo tiempo desagradable.

Habría preferido que la joven obrara así, tan sólo por amor á él, á su rostro, á sus ojos, a sus formas estatuarias; en una palabra, que su solicitud hubiera reconncido por móviles los mismos que más de una vez habían hecho rodearan su cuello frenético brazos griegos y romanos, blancos como la nieve.

Sin embargo, en ese propio momento pensó también que si Ligia hubiera de ser como las demás mujeres, algo le faltaría en su concepto.

Y Vinicio sentiase maravillado ante esas ideas y no sabía qué fenómenos se iban operando en su sér intimo; pero si comprendía que sentimientos de una indole nueva é insólita empezaban á diseñarse en su alma y con ellos, gustos y simpatías nuevas y extrañas al mundo en que hasta entonces había vivido.

Abrió Ligia en ese instante los ojos y notando que Vinicio tenía en ella fijos los suyos, acercósele y le dijo: —Estoy contigo.

—Y yo he visto tu alma en mis sueños, —contestó él.