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QUO VADIS


CAPÍTULO XXVI

A la mañana siguiente despertó débil, pero con la cabeza fresca y sin fiebre.

Parecíale que el susurro de una conversación en voz baja le había despertado; pero cuando abrió los ojos, Ligia no estaba alli.

Ursus, inclinado á la sazón sobre la chimenea, hurgoneaba la lumbre apartando la ceniza y juntando los carbones encendidos que debajo de ella habian. Hecha esta operación, empezó á soplar y al sentirlo no se hubiera creído que para ello se servia de la boca sino de los fuelles de una herrería.

Vinicio al recordar como ese hombre había destrozado á Croton el día anterior, púsose á examinar con atención propia de un aficionado á las luchas de circo, sus gigantescas espaldas, semejantes á las de un cíclope, y sus miembros, fuertes y sólidos como columnas.

—¡Gracias á Mercurio que no me ha roto el pescuezo!

—pensó Vinicio.—Por Polux! si los demás ligures son como éste, algún día tendrán labor muy pesada las legiones del Danubio!

Luego dijo en alta voz: —¡Holal jesclavo!

Ursus sacó la cabeza fuera de la chimenea y sonriendo con expresión casi amistosa dijo; —Que Dios te dé buenos días, señor, y mejor salud; pero yo soy un hombre libre, no un esclavo.

En el ánimo de Vinicio, que deseaba interrogar á Ursus acerca del lugar en donde Ligia había nacido, estos palabras produjeron una impresión favorable, porque el hablar con un hombre libre, aun cuando fuese rústico, era menos desagradable para su orgullo de ciudadano romano y de patricio, que el alternar con un esclavo, al cual ni la ley ni la costumbre atribuían índole humana.