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QUO VADIS

y los encantos secretos que el amor inspira y que Vinicio estaba ejerciendo sobre ella.

Y esto hacía vivir á Ligia en medio de una incesante lucha, que de día en día se iba haciendo más intensa.

Por momento parecíale que la rodeaba una especie de red y que al intentar romperla para abrirse paso, envolvíase en ella más y más.

Erale tambien forzozo confesar que la vista del joven ibasele á diario haciendo más necesaria y su voz más amable, y que se veía en el caso de recurrir á todo el esfuerzo de su voluntad siempre que luchaba contra el deseo de sentarse junto a su cabecera.

Cada vez que á ésta se acercaba y veía irradiar en el rostro de Vinicio la alegría, un intimo goce enseñoreábase de su alma.

Un día notó en los ojos del joven huellas de haber llorado y por primera vez en su vida ocurrióle el pensamien to de que pudiera ella enjugarlas con sus besos.

Y luego, horrorizada ante tal fantasía y llena de desprecio por sí misma, lloró toda la noche siguiente.

En cuanto á él, habiase vuelto tan sufrido cual si hubiera hecho voto de paciencia. Cuando por momentos iluminaba sus ojos algún relámpago de cólera, vanidad ó porfía, reprimia prontamente esos impetus y dirigía á la joven una mirada llena de alarma, mirada en la cual se advertía el anhelo de ser perdonado.

Nunca, pues, había esperimentado ella como ahora la certidumbre de ser grandemente amada; por eso al sentirse objeto de tan vivo afecto, considerábase á la vez dichosa y culpable.

Vinicio tambien había cambiado mucho.

En sus conversaciones con Glauco advertíase ya menos orgullo.

Ocurríale ahora con frecuencia la idea de que tenían tambien personalidad humana hasta ese pobre médico esclavo, esa mujer extranjera, la vieja Miriam, que le rodea-