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QUO VADIS

ba de cuidados, y Crispo, á quien veía continuamente engolfado en sus oraciones.

Y esta idea le causaba asombro, pero venía en ocasiones á su cerebro.

Y al cabo de algún tiempo llegó á cobrar afición á Ursus, con quien solía conversar días enteros, porque en esas conversaciones podía incesantemente mezclar el nombre de Ligia.

El gigante por su parte era de una verbosidad inagotable para las narraciones y en tanto que desempeñaba al lado del enfermo hasta los más humildes servicios, ibale ya demostrando cierta adhesion.

Para Vinicio, Ligia en toda circunstancia se le representaba como un ser de un orden distinto y la colocaba á cien veces mayor altura que todas las demás personas que la rodeaban. Empero, había empezado tambien el joven tribuno á detener su atención en las gentes pobres y sencillas, cosa en que jamás hubiera pensado antes, — descubriendo en ellas algunos rasgos cuya existencia nunca tampoco había sospechado hasta entonces.

Sin embargo, no podía soportar á Nazario, porque pareciale que ese muchacho habiase atrevido á poner los ojos en Ligia.

Por largo tiempo disimuló la aversión que el mancebo le inspiraba; pero un día este trajo á la joven dos codornices compradas por él en el Mercado con dinero ganado en su trabajo.

Y aquí entonces, por boca de Vinicio, habló el descendiente de los Quirites (caballeros romanos), para quienes todo advenedizo procedente de países extranjeros ó bárbaros era tenido en poco menos que un gusano vil.

Al oir, pues, que Ligia le daba las gracias, púsose terriblemente pálido, y cuando Nazario hubo salido en busca de agua para las codornices, la dijo: —Ligia: ¿cómo puedes permitir que ese muchacho te

Tomo I
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