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QUO VADIS

gión. En este punto, ibanse produciendo admirables fenómenos en el alma de Vinicio.

Esa era, en todo caso, una religión en la cual creia Ligia; por consiguiente, bastaba esa sola razón para que él estuviese dispuesto á acatarla.

Después, á medida que iba volviendo á la salud, más hondamente ibansele grabando en la memoria la serie de acontecimientos ocurridos, y la multitud de ideas que en su cerebro habían hallado cabida desde aquella noche de Ostrianum, y más y más íbale á la vez maravillando el poder sobrehumano de esa religión que tenia la virtud de transformar radicalmente el alma de los hombres.

Comprendía que en ella algo había de extraordinario, algo que no había sido conocido antes en la tierra, y presentía que si llegara á extenderse por el orbe, á infiltrar en la conciencia del mundo sus máximas de amor y de caridad, no era improbable el advenimiento de una era rememorativa de aquella en que no había gobernado Júpiter, sino Saturno.

Y ahora ni se atrevia tampoco á dudar del origen sobrenatural de Cristo, ni de su resurrección, ni de los demás milagros. Los testigos oculares que de ellos hablaban eran harto fidedignos, y desdeñaban demasiado la mentira para que pudiese él suponer que estuvieran refiriendo sucesos que no habían ocurrido.

Finalmente, el escepticismo romano permitía dudar de los dioses, pero creía en los milagros.

Vinicio, en consecuencia, se hallaba delante de una especie de maravilloso enigma, para cuya solución sentiase impotente.

Por otra parte, sin embargo, esa religión parecíale opuesta al estado de cosas existente, imposible de practicar, y un punto más insensata que todas las demás.

Según él, las gentes de Roma y de todo el mundo bien podían ser malas, pero era bueno el orden de cosas reinante.