Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/341

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
331
QUO VADIS

El Apóstol levantó el rostro de la joven, inundado á la sazón de lágrimas y la dijo: —Mientras los ojos del hombre á quien amas no se ha yan abierto á la luz de la verdad, húyele, no te induzca él al pecado; más ruega por él y sabe que no hay delito en tu amor. Y puesto que tu deseo es evitar la tentación, te será ello tomado en cuenta como un merecimiento. Y no sufras, y no llores, porque en verdad te digo que la gracia del Redentor no te ha abandonado y que tus plegarias te serán escuchadas; después del dolor, vendrán para tí días de alegría.

Dicho esto, puso ambas manos sobre la cabeza de la joven y alzando los ojos al cielo, la bendijo.

Y en ese instante irradiaba en su rostro una bondad extrahumana.

Arrepentido Crispo empezó humildemente á disculparse.

—He pecado contra la misericordia,—dijo;—más yo pensé que ella, por el hecho de dar albergue en su corazón a un amor terrenal, había negado á Cristo...

—Yo le negué tres veces,—replicó Pedro, — y sin embargo El me perdonó y me dejó el encargo de apacentar sus ovejas.

—Y además,—continuó diciendo Crispo,—Vinicio es un augustiano.

—Cristo ablandó corazones más endurecidos que el suyo, contestó Pedro.

Entonces Pablo de Tarso, que había guardado silencio hasta ese momento, llevó el índice á su pecho, señalándose á sí mismo, y dijo: —Yo soy quien persiguió y apresuró la muerte de muchos siervos de Cristo; yo, el que durante la lapidación de Estéban guardaba los vestidos de los que le apedreaban; yo, el que hizo todo esfuerzo para arrancar de raiz la dad en todo el mundo habitado, y sin embargo, el Señor me predestinó para que la proclamase por todas partes.