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QUO VADIS

inclinación de cabeza. Ligia á la sazón estaba de pie, con una pelota en la mano y el cabello en ligero desorden, anhelante por la agitación del juego y con las mejillas encendidas.

En el triclinio del jardín, al que daban sombra la hiedra, la vid y la madreselva, estaba sentada Pomponia Graecina y se acercaron á saludarla. Petronio la conocía, porque, aún cuando no visitaba á Plaucio, habíala visto en la casa de Antistia,hija de Rubelio Plauto, y además en la casa de Séneca y en la de Polion. Petronio no podía substraerse á un cierto sentimiento de admiración que le causaban el semblante de Pomponia, pensativo y apacible, y la dignidad de su porte, de sus ademanes y palabras. Ella venta á perturbar de tal manera su concepto acerca de la mujer, que aquel hombre, corrompido hasta la médula de los huesos y despreocupado como ningún otro habitante de Roma, en presencia de Pomponia no solamente se sentía inclinado á estimarla, sino que perdía un tanto el dominio de sí mismo, que era su cualidad saliente. Y ahora, al tributarle sus agradecimientos por las atenciones que había prodigado á Vinicio, dejó escapar, casi involuntariamente, un «domina,» (señora,) cosa que jamás le ocurría cuando hablaba, por ejemplo, con Calvia Crispinilla, Escribonia, Veleria, Solina, y otras mujeres de la alta sociedad. Después de los saludos y agradecimientos consabidos, se quejó de que la veía en muy raras ocasiones, manifestándole que no era habitual encontrarla ni en el circo ni en el anfiteatro; á lo cual contestó ella con acento apacible, poniendo su mano en la mano de su esposo: —Nos hacemos viejos, y amamos cada día más las dulzuras del hogar doméstico.

Petronio quiso protestar de aquellas aficiones al retiro, pero Aulo Plaucio añadió con su voz sibilante: —Y cada día nos sentimos más extraños entre esas gentes que inundan de nombres griegos nuestros dioses romanos.