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QUO VADIS

de las nieves, pero ha llegado á ser para nosotros muy querida.

Petronio miró al través de las ramas de madreselva hacia el interior del jardin, y á las tres personas que allí estaban ahora jugando.

Vinicio se había quitado la toga, quedándose solo con la túnica y en ese momento tiraba la pelota que Ligia, de pie en el lado opuesto, con los brazos levantados trataba de recibir. La niña á primera vista no había hecho una muy grande impresión en Petronio, pues habíale parecido demasiado delgada. Pero desde el momento en que la contempló más de cerca en el triclinio, dijose á sí mismo que la Aurora podría comparársele: como juez en la materia encontraba que no había nada de vulgar en aquella criatura. Fué tomando en consideración y apreciando en todo su valor cada una de sus bellezas, desde su rostro de claro y sonrosado tinte, sus frescos labios que parecían reclamar un beso, sus ojos azules como el azul del mar, la blancura alabastrina de su frente, la opulencia de sus negros cabellos, que al ondear daban brillantes reflejos de ámbar ó de bronce corintio, su delicado cuello, la divina curvatura de sus hombros, su talle flexible, delgado, juvenil, con toda la frescura de Mayo y todo el perfume de las flores recién abiertas. El apreciaba todas aquellas perfecciones con ojo de artista, y como adorador de la belleza, declaraba que al pie de la estatua de aquella virgen podría esculpirse la palabra «Primavera». E inmediatamente víno á su memoria Crisotemis y no pudo menos que estallar en franca risa. Ahora Crisotemis, con su polvo de oro en el cabello y en las teñidas cejas, se le presentaba fabulosamente marchita, y semejante á un rosal de hojas amarillentas que las va sembrando una á una. Pero todavia Romaseguía envidiándole á esa Crisotemis. Luego también recordó á Popea; y aun bea, la famosísima, presentósele como una mujer sin alma, como una máscara de cera. En esta niña de contornos tanagros, no solo había