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QUO VADIS

—Sin embargo, sólo se ve la mitad del disco solar por encima del Janiculo—replicó el viejo soldado.—Habladme del dulce clima de Sicilia, donde el pueblo se reune á la puesta del sol sobre las plazas, para saludar en coro á Febo, que se oculta.

Y con abundancia de datos celebraba la Sicilia, donde tenía una gran explotación agrícola. Las hojas aun no caían de los árboles, y sobre la ciudad sonreía todavía un cielo clemente; pero cuando la viña amarillease, cuando la nieve hubiese cubierto las montañas albanas y soplasen los dioses un viento hostil sobre la Campania, entonces, quizás se trasladaría con toda su familia al apacible refugio del campo.

—¿Tendrías la intención de dejar á Roma?—preguntó Vinicio con inquietud.

—Hace tiempo que la tengo,—respondió Aulio,—pues allá abajo la vida es más tranquila y segura.

Y acto seguido cantó las alabanzas de sus verjeles, de sus ganados, de su quinta oculta entre el follaje y de las colinas donde fiorecían el tomillo y el romero, sobre los cuales zumban enjambres de abejas. Pero Vinicio era sordo á esta nota bucólica. Pensaba en los medios de conquistar á Ligia. A veces echaba rápidas ojeadas á Petronio.

Este, entre tanto, sentado cerca de Pomponia, prestaba alternativamente su atención al hermoso espectáculo de la puesta del sol, al jardín y al grupo de personas que se hallaban ahora de pie junto al estanque de los peces. Sus blancas vestiduras resaltaban sobre el fondo obscuro de los mirtos, brillando como el oro al recibir los últimos rayos del sol.

En el firmamento, las postreras luces de la tarde empezaban á presentar reflejos, ora purpurados y violáceos, ora cambiantes como de ópalo, viendose también una ancha faja de color de lirio. Las siluetas obscuras de los cipreses fueron haciéndose más y más pronunciadas. En las per-