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QUO VADIS

sonas, en los árboles, en el jardín todo, reinaba ahora una dulce calma vespertina.

Esa calma impresionó á Petronio, y le impresionó especialmente por lo que tocaba á las personas. En los rostros de Pomponia, del anciano Aulio, de su hijo y de Ligia, advertíase algo que no estaba él habituado á ver en los rostros de las personas que le rodeaban todos los días, ó mejor dicho, todas las noches. Había en los que ahora observaba cierta luz, cierto reposo, cierta serenidad, que parecían irradiar íntimamente, como emanaciones de la vida que todos esos seres llevaban. Y con una especie de asombro pensó Petronio que bien podrían existir una belleza y una dulzura que él—que vivía acechando la belleza y la dulzura incesantemente—no había llegado á conocer todavía.

No le fué posible guardar para si aquel pensamiento, y dijo, volviéndose á Pomponia:

—Estoy considerado, desde lo íntimo de mi alma, cuán diferente es este mundo vuestro del mundo que gobierna nuestro Nerón.

Ella alzó su delicado semblante hacia la vespertina luz, y dijo con dulzura:

—No Nerón, sino Dios gobierna el mundo.

Sucedióse un momento de silencio. Sintiéronse luego cerca del triclino y por el sendero del jardín, los pasos del viejo general, de Vinicio, Ligia y el pequeño Aulio, mas, antes de que llegaran, Petronio alcanzó á hacer á Pomponia esta otra pregunta:

—Pero entonces, ¿crees tú en los dioses, Pomponía?

—Creo en Dios, que es uno, justo y todopoderoso,contestó la mujer de Aulio Plaucio.

CAPÍTULO III

—Ella cree en Dios, que es uno, todopoderoso y justo,—dijo Petronio cuando se encontró de nuevo en la litera