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QUO VADIS

vantaba y dando á los individuos de su servidumbre la orden de retirarse, dijo: —Déjame marchar, Pomponia. Si mi fin ha llegado, tendremos tiempo para despedirnos.

Y la apartó suavemente á un lado; pero ella dijo: —Permita Dios, job, Auliol que sean uno mismo tu destino y el mío!

Y en seguida, cayendo de rodillas, empezó á orar con la vehemencia que solo puede infundir el temor que se tiene por la suerte de un sér querido.

Aulio pasó en seguida al atrium, donde le aguardaba el centurión. Este era el viejo Cayo Asta, su antiguo subordinado y compañero de armas en las guerras de Bretaña.

—Te saludo, general,—dijo.—Soy portador de una orden y de un saludo del César: vé aquí las tablas y el sello que demuestran que vengo en nombre.

—Presenta mis agradecimientos al César por su saludo; y en cuanto a la orden, estoy pronta á cumplirla,—contestó Aulio.—Sé bien venido Asta, y dime cuál es esa orden de que eres portador.

—Aulio Plaucio,—contestó Asta,—el César ha sabido que en tu casa vive la hija del rey de los ligures, la cual hija, durante la vida del divino Claudio, fué puesta por aquel rey en poder de los romanos como prenda de que las fronteras del imperio jamás habrían de ser violadas por los ligures.

El divino Nerón te está agradecido, joh, generall por la hospitalidad que has dado á esa, rehén durante muchos años; pero no deseando seguirte gravando por más tiempo con esa carga, y considerando por otra parte, que la doncella que está en rehenes debiera seguir bajo la custodia del César y del Senado, te ordena la pongas en mis manos.

Aulio era demasiado soldado y demasiado veterano para permitirse manifestar su sentimiento, ni expresar vanas palabras ó quejas ante orden tan perentoria. No obs-