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QUO VADIS

QUO VADIE

CAPÍTULO IV

En efecto, Petronio cumplió su promesa.

Al siguiente día después de haber parado en casa de Crisotemis, había en verdad dormido hasta la siguiente noche; pero llegada ésta, se hizo llevar al Palatino, tuvo con Nerón una entrevista particular, y, el tercer día, apareció delante de la casa de Plaucio un centurión al frente de una quincena de pretorianos.

En aquel tiempo de incertidumbre y de terror, los enviados de este género, eran frecuentamente mensajeros de muerte. Cuando el centurión llamó con el puño de su espada á la puerta de Aulio, y el vigilante del atrio anunció que habían soldados allí, el espanto invadió la casa. Toda la familia rodeó á su jefe, pues todos estaban convencidos de que él era el particularmente amenazado. Pomponia, echando los brazos al cuello de su marido, se estrechó contra él, y sus labios balbucientes murmuraban misteriosas palabras. Ligia, pálida como la cera, le besaba las manos; el pequeño Aulio aferrábase á su toga. Desde el corredor, desde los aposentos del piso bajo destinados á las sirvientas y acompañantes, desde el baño, desde las arcadas de las habitaciones, desde todos los ámbitos de la casa, en fin, empezaron á brotar multitud de esclavos y se oyeron las exclamaciones: «¡Heul ¡heu! ¡me miserum!» (¡Ay! ¡ay!

¡misero de mil) Las mujeres prorrumpían en amargo llanto, algunas se rasguñaban el rostro, otras cubríanse la cabeza con sus pañuelos.

Solo el viejo general, habituado desde hacia muchos años, á mirar de frente á la muerte, permanecía tranquilo y su deprimido rostro de águila manteníase tan imperturbable, cual si fuese tallado en piedra. Después de transcurridos algunos instantes, cuando hubo logrado restablecer el silencio, acallando el rumor que por todas partes se leBibliote www Universida lioteca