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QUO VADIS

mó agua del impluvium, refrescó sus labios ardientes y continuó: —Pero Nerón tiene el corazón agradecido. Te quiere porque has servido gloriosamente á Roma. Y a mí me quiere porque he sido el maestro de su juventud. Por eso, ves, estoy convencido de que este agua no está envenenada; y la bebo con toda confianza. El vino sería menos seguro; pero tú tienes sed: bebe valientemente de este agua. Los acueductos la traen hasta aquí de las montañas, y para envenenarla sería preciso envenenar todas las fuentes de Roma. Ya ves como todavia se puede envejecer tranquilo Ciertamente, estoy enfermo; pero es el alma la que sufre más.

Y esto era verdad. A Séneca le faltaba la entereza de alma que poseían Corauto, por ejemplo, ó Trasea; de ahí que su vida fuera una serie de contemporizaciones con el crimen. Esto lo sentía ismo: comprendía que un observador de los principios de Zenon de Citio, debería seguir otro camino, y sufría más por esta causa que por el temor á la misma muerte.

Pero el general interrumpió estas reflexiones llenas de amargura, diciendo: —Noble Aneo, sé muy bien como te ha premiado el César por los cuidados de que supiste rodear sus primeros años.

Pero el autor de la traslación de Ligia es Petronio. Indicame algún medio eficaz en contra suya, ponme al corriente de las influencias á que se halla sujeto, y emplea para con él toda la elocuencia que pueda inspirarte en este caso nuestra vieja y firme amistad.

—Petronio y yo,—contestó Séneca,—somos hombres pertenecientes á dos opuestos campos; yo no conozco ningún medio que pudiera ser empleado en contra suya, y sé que él no cede á la influencia de hombre alguno. Acaso con toda su depravación es más digno que todos esos bribones de que Nerón se rodea en la actualidad. Pero, intentar demostrarle que ha llevado á cabo una mala acción,