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QUO VADIS

ya es hora de que me hieras. Solo que te advierto que aguardes siquiera unos dos días, porque serías llevado á una prisión y entre tanto Ligia se fastidiaria sola en tu casa.

Reinó el silencio. Vinicio miró por espacio de algunos instantes á Petronio con ojos atónitos, en seguida le dijo: —Perdóname; la amo y el amor me está perturbando las facultades.

—Admirame Marco. Antes de ayer dije al César estas palabras: «El hijo de mi hermana, Vinicio, se ha enamorado á tal punto de una escuálida jovencita que han criado los Aulios, que los suspiros tienen convertida su casa en un verdadero baño de vapor. Ni tú, ¡oh, César! ni yo, porque ambos sabemos lo que es la verdadera belleza, daríamos mil sestercios por ella; pero ese muchacho ha sido siempre obtuso como una tripode y ahora acaba de perder el resto del juicio que aun le quedaba.» —¡Petronio!

—Si no alcanzas á comprender que todo esto lo dije para la mayor seguridad de Ligia, estoy pronto á creer que dije al César la verdad. Convenci á Barba de Bronce de que un hombre de su temperamento estético no podía considerar bonita á esa muchacha; y Neron, que hasta ahora no se ha atrevido á mirar las cosas sino á través de mis ojos, no encontrará belleza en ella, y no encontrándola, no la deseará. Era necesario que nos pusiéramos en guardia contra el mico y lo asegurásemos con una cuerda. Ahora no será él quien aprecie la hermosura de Ligia, sino Popea; y ésta, como es natural, se esforzará entonces por despedir cuanto antes de palacio á la muchacha. Además, dije á Barba de Bronce, así, como de pasada: «¡Haz venir á Ligia y entrégala á Vinicio! Tú tienes el derecho de hacerlo, porque ella es un rehen; y si tú la guardaras causarías pena á Plaucio. Y él convino en esto; no tuvo la menor objeción que alegar, con tanto ma-