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QUO VADIS

dola en seguida; luego le hincó los dedos en el hombro y acercando su rostro al de su tío preguntó con voz enronquecida: —¿Qué has hecho de ella? ¿Dónde está?

De pronto sucedió una cosa sorprendente. Aquel flexible y afeminado Petronio cogió la mano con que el joven atleta le oprimía el hombro, en seguida le tomó la otra y sugetando luego las dos en la suya con la presión de un torno de hierro, le dijo: —Solo en la mañana me encontrarás incapaz; por la tarde recobro mis antiguas fuerzas. Intenta desprenderte.

Algún tejedor debe haberte enseñado gimnástica y algún herrero modales.

Entre tanto, su semblante no demostraba ni asomos de cólera, pero en sus ojos advertíanse unos como pálidos destellos denunciadores de intrepidez y de energía.

Despues de un momento, dejó caer las manos de Vinicio. Este se hallaba delante de él, abrumado ahora de iracundia y de vergüenza.

—Tienes una mano de acero,—dijo;—pero, si me has traicionado, te juro por todas las divinidades infernales que he de clavar un puñal en tu pecho, aun cuando te refugiaras en las habitaciones del César, —Hablemos con calma,—dijo Petronio.—Como ves, el acero es más fuerte que el hierro; así, pues, aun cuando de uno de tus brazos bien pudieran hacerse los dos míos, no te he de temer. Por el contrario, me apena tu rudeza, y si todavía pudiera sorprenderme la ingratitud de los hombres, habríame sorprendido tu ingratitud.

—¿Dónde está Ligia?

—En un prostíbulo, es decir, en la casa del Cesar.

—¡Petronio!

—Cálmate y siéntate. He pedido al César dos cosas, que ha prometido concederme. Primero, sacar á Ligia de la casa de Aulio; y segundo, dártela. ¿No llevas por ahí algún cuchillo entre los pliegues de tu toga? Porque, acaso