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QUO VADIS

Divino Maestro, en quien no tan solo creía, sino que había llegado á ser objeto del amor de su semi—infantil corazón, por la pureza de su doctrina, la amargura de su muerte, y la gloria de su resurrección.

Confiaba ella asimismo en que de sus acciones no se haría responsable ni á Plaucio ni á Pomponia; y por todo eso, pensaba también si no sería mejor resistir, negándose á tomar participación en la fiesta. De una parte, el temor y la zozobra dejaban oir sus voces en el alma de la joven; de otra, alzábase en ella el anhelo por demostrar su valor ante el sufrimiento y ante las perspectivas de la tortura ó de la muerte. El Divino Maestro había dado ya la norma para obrar así. El había trazado el camino del ejemplo.

Al decir de Pomponia, los más ardorosos seguidores de su doctrina eran los que más vivamente anhelaban pasar por esta prueba, y la pedían con fervor en sus oraciones.

Y Ligia, cuando aún se hallaba en la casa de Aulio, se había sentido por momentos dominada por un anhelo semejante. En una especie de ensueño, habíase visto mártir, con heridas en pies y manos, blanca como la nieve, hermosa con una hermosura ultraterrena, y llevada en alas de ángeles igualmente blancos hasta la inmensa región del espacio azul. Y su imaginación había encontrado en esa fantasía una singular delectación.

Entraba en estas especulaciones, mucha parte de ensueño infantil, como también cierta complacencia de sí misma, que Pomponia había intentado reprimir. Ahora que la resistencia podía provocar cualquier horrible castigo, y que las torturas entrevistas en la fantasía, podian transformarse en realidad, á las bellas visiones, á las complacencias egoistas, venía á añadirse una especie de curiosidad mezclada de espanto,—la curiosidad de saber cómo la castigarían y qué suplicio inventarían para ella.

Y su alma irresoluta, semi infantil, fluctuaba entre dos corrientes.

Pero habiéndose impuesto Actea de estas vacilaciones,