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QUO VADIS

próximo á ella. Sus ideas empezaron á perturbarse; en sus venas sentia arder una llama que era en vano intentase apaciguar con vino. Y seguían embriagándole más y más, no tanto el vino, cuanto el maravilloso rostro de Ligia, sus desnudos brazos, el seno virginal que á intérvalos regulares agitábase dulcemente bajo la dorada túnica, y sus harmoniosas formas, ocultas bajo los blancos pliegues de su peplo. Por último la tomó del brazo, más arriba de la muñeca, como un día lo hiciera en casa de Aulio, yatrayéndola hacia sí, la dijo al oído, temblantes los labios: —¡Te amo, Calina, niña divina!

—Déjame, Marco, dijo Ligia.

Pero él continuaba diciendo, nublados los ojos: —Amame, ámame, diosa mía!

En este instante oyeron ambos la voz de Actea, quien se hallaba reclinada al otro lado de Ligia y decía: —El César os está mirando.

Vinicio tuvo un súbito movimiento de cólera contra el César y contra Actea. Las palabras de ésta venían á perturbar el encanto su embriaguez. Para el joven habríale parecido repulsiva en esos instantes hasta la voz de su más intimo amigo; cuanto más lo sería la de Actea, de quien juzgaba que había tenido el propósito expreso de interrumpir en ese punto su coloquio.

Así, pues, alzando la cabeza y mirando á la joven liberta por sobre el hombro de Ligia, dijo con malicioso acento: —Han pasado ya los días, Actea, en que te veías reclinada en los banquetes al lado del César. Dicen además que la ceguera te amenaza: ¿cómo, entonces, puedes estarle viendo ahora?

Pero ella contestó con acento melancólico: —Sin embargo, le veo. El también es corto de vista, y te está mirando al través de una esmeralda.

Todo lo que Nerón hacía despertaba la atención, aun