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ESQUEMA SEXUAL 129

Con el advenimiento del psicoanálisis, se han iluminado las zonas más profundas de la experiencia sexual. Una de éstas, como quedó anotado ya, es la masturbación, fenómeno univer- sal en la infancia y muy frecuente entre los adolescentes de ambos sexos. En la adolescencia, se registran resultados per- judiciales, que no se deben, generalmente a la práctica mis- ma, sino a las repercusiones psicológicas aportadas por la pro- pia conciencia y a un sentimiento de culpa que refleja la gene ral censura. En las tribus primitivas es también general la práctica masturbatoria en la adolescencia, sin que se cbserven efectos perjudiciales, porque la sociedad sabe pero no condena.

También es frecuente la homosexualidad en las sociedades primitivas. Los homoeróticos actúan de hecho como magos y profetas. Se ha señalado este fenómeno en las tribus del nor- oeste de América y el nordeste de Siberia.

La procreación no suele tener relación íntima con el padre. Es la madre quien se encarga del niño el cual, ni siquiera co- noce al padre. Tal organización familiar llega a su máximum en el matriarcado. A veces asume las funciones de padre el tío materno. A éste heredan los niños. El padre trabaja para los hijos de su hermana.

El sexo, como carácter fundamental del hombre y de la co- munidad, fué siempre función central. En el principio era el sexo y también en el fin lo será.

Llena de supersticiones sexuales está la mente arcaica. La lluvia que fecunda la tierra, es asimilada al licor seminal. Los maniqueos consideran la lluvia como efecto de la excitación erótica del dios. En Roma, Príapo es el dispensador del agua que cae.

La India cree que el número de lluvias está en relación con las bodas hechas en la temporada.

Cuando en Australia causaba pánico una tormenta, los po- bladores se entregaban a orgías sexuales para aplacar la ira de los dioses. A orgías del sexo recurrían las tribus america- nas cuando había una epidemia o estaba enfermo el cacique.

Los patagones, en caso de calamidad, envían a sus mujeres a los bosques, exigiéndoles que se entreguen al primer extran- jero, porque puede ser éste un dios oculto.

En Grecia era corriente tal costumbre. Para obtener el fa- vor de un dios, las mujeres de Egipto hacían la promesa de entregarse al primer hombre que se les acercara.