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236 HUMBERTO SALVADOR

Es precisamente lo contrario de lo que*creen los reaccio- narios. Ñ

El hombre moderno tiene un concepto elevado de la mujer. La mira como su compañera y colaboradora. No ve en ella un objeto de placer, como la veía el hombre del pasado. No quiere el hombre moderno que para él sean todas las mujeres, porque comprende que el donjuanismo es un monstruoso extravío se- xual. Sabe que la naturaleza ha prescrito la monogamia, que es manifestación heterosexual, mientras la poligamia es comple- jo homosexual.

La mujer moderna respeta su sexo. Comprende la poderosa función social que a ella le ha confiado la naturaleza. Sabe qué es y cuánto valor tiene la maternidad. Conoce su profunda responsabilidad al dar a luz hijos indeseados. Por eso ella sólo es madre, cuando juzga conveniente serlo,

Parece —o al menos a tal conclusión han llegado los más grandes pensadores modernos—, que la monogamia es la forma más perfecta de unión entre hombre y mujer. Pero este, corola- rio no significa que la nueva moral dé razón al cristianismo.

También el matrimonio clásico es la unión perpetua de la pareja humana.

No acepta el cristianismo el divorcio, sino en casos muy ex- cepcionales. Aquí está su grave error. Es demasiado humano equivocarse y, sobre todo, en el amor.

El matrimonio perpetuo ha fracasado. Nunca logró triunfar. El pensador alemán Ivan Bloch ha hecho una prolija investi- gación de centenares de matrimonios, en todas las clases eco- nómicas, y sus investigaciones le han llevado a la conclusión de que el casamiento clásico es una institución inhumana.

El matrimonio antiguo era causa de millones de tragedias, Podían los esposos odiarse, sentir repugnancia invencible el uno por el otro, tener uno de ellos una enfermedad contagiosa o un vicio vergonzoso, que debían vivir juntos, porque el ma- trimonio era un sacramento indisoluble. El liberalismo quiso atenuar brevemente esta tragedia, al establecer el matrimonio civil y las leyes de divorcio. Pero su deseo fracasó. Todas las muchachas exigían al novio matrimonio civil y eclesiástico, porque sólo así estaba debidamente guardado “el honor”. Vi. vir juntos un hombre y una mujer, sin haberse casado, ecle- siásticamente, se consideraba “pecado'”. ¡Siempre el cristianis- mo causando el dolor del animal humano! Ñ